
Sé que España amanece azul, pero también sé que la lucha por la igualdad siempre ha sido desde la periferia, desde el no dormirse en los laureles, desde la exigencia y desde el optimismo incansable.
El feminismo no depende de los cargos, ni de las urnas, ni siquiera de unas leyes que no han tenido ni los recursos ni las ganas de ponerse realmente en marcha.
Quizá, eso espero, este revolcón de la izquierda sirva para una regeneración, que no se puede desde el PSOE estar dando una de cal y otra de arena, que no podemos hacer leyes de igualdad y luego no mirar por su cumplimento, que no podemos tirar cohetes por crear un Ministerio que luego desmantelamos en aras de una sonrisa de los que abogan por la desigualdad.
Que no, joder, que no, que el feminismo es mucho más que todo eso, que el feminismo es un cambio que dinamita las estructuras conocidas y no puede contentarse con hablar sin actuar, que no podemos vender la taza para quedarnos con el plato, que el feminismo quiere la taza, el plato y el mantel porque eso es lo justo y lo igualitario.
Las feministas sabemos luchar desde la periferia, y yo diría que la periferia nos da un aire más limpio, más creativo y menos alquilado a cuenta de cargos.
¿De qué ha servido en Asturias que una parte de las instituciones estuviera luchando por la igualdad mientras en algunas Consejerías se hacía mofa de ello? Pues eso, que hay que seguir, que hay que exigir, que hay que despertar del sueño institucional porque somos de verdad.
No valen las lágrimas, vale el espíritu crítico, vale el seguir cada una desde donde estemos viviendo la igualdad.
Vale que seamos ejemplo de igualdad con nuestras propias vidas, con nuestra labor docente, con nuestra labor sanitaria, con los libros, con los estudios, con la calle, con las amistades, con las parejas. Eso sí que produce cambios.
Que ya está bien, que hoy es el día después y la lucha nunca se ha parado. Quien ahora crea que no merece la pena luchar es que no era feminista. He dicho, coño.