Pleno febrero, ola de frío polar (antes se llamaba invierno sin más) y yo en el sur, de terracitas y comiendo al aire libre mientras tomo el sol.
Voy para allá, para acá, para el otro lado, de ciudad en ciudad, dando la chapa a quien me quiera escuchar y vivo como quiero.
Disfruto a tope de todo y recuerdo tiempos peores, tiempos en los que pensaba que todo era oscuro porque yo era incapaz de ver la luz, y recuerdo esos tiempos porque quiero ser consciente de lo bueno que me está pasando ahora.
Cuando estoy mal, siempre me visualizo en tiempos mejores, deseo el paso rápido del tiempo y sé que saldré adelante y volverán días de sol que me calienten los huesos y el alma. Por eso, ahora que tengo la luz y el calor soy tan consciente de lo afortunada que soy y lo guardo todo para el almacén de días oscuros, que al fin y al cabo la vida son dos días y uno siempre llueve.
Y ahora vendrá la primavera, las flores, el olor de esta ciudad, el sol, los días cada vez más largos y la compañía perfecta.
Ojalá alguna vez en mi vida pueda darme otro curso como este, porque le he cogido el gusto a esto de vivir tan bien.