Hace tiempo ya que me apetecía escribir sobre las grandes pilladas que hemos sufrido cuando estábamos en plena onda expansiva de nuestro amor hacia otra. Se me ocurrió por un comentario de Candela (que ahora está de reposo blogueril) en el que ella escribía sobre un pastor y sus ovejas; os he de confesar que yo visualicé inmediatamente un coche en medio de un sembrado, dos mujeres dentro, jadeos y suspiros, sudores varios y un pastor muy arrugado con sus ovejas asomado a la ventanilla del copiloto.
Pues bien, paso a contaros una de mis mayores pilladas (ha habido alguna más, es cierto):
Ya en un post anterior mío conté mi primera vez, pues fue en la primera vez, vamos que me llevé todo los sustos a la vez, los agradables y los desagradables, qué precoz. Si os acordáis de mi primera vez, tendréis en la cabeza que era en un apartamento minúsculo. Bueno, pues en aquellos 30 metros de apartamento, recibí la visita de dos de mis hermanas; así que nos juntamos mi pionera, mi dos hermanas y yo, amontonadas como pudimos. Como había, ciertamente, poca intimidad, mi pionera y yo nos lo montábamos donde podíamos y como podíamos, o sea, a o toda prisa en plan aquí te pillo aquí te remato.
Pues bien, mi pionera tenía una herida en el labio (de la boca, y no me preguntéis por qué tenía esa herida) y se fue a curar a la cocina, yo dije bien en alto para que lo oyeran mi hermanas: "Espera, maja, que te ayudo yo a curarte" y entré dispuesta a "ayudar".
Cuando salí de la cocina, noté que mis hermanas me miraban raro, con cara de susto más bien y una de ellas alargando su dedo, cual ET, me preguntó "¿Qué tienes en la boca?". Corrí despavorida al baño a mirarme y...todos los labios embadurnados de mercrominaaaaaaaaaaa, rojos cual Carmen de Mairena, que me llegaba hasta las narices.
Fui digna, me lavé, aparecí por el salón, me senté a ver la tele y nunca hablé de ello, ni con mi pionera, ni con mis hermanas.
Todavía me pongo colorada.
15 comentarios:
Digo yo que por algo inventaron la cristalmina.
Jos, ¡qué bueno lo de la mercromina!jejejeje
Ja, ja, ja, ja............ ja, ja, ja, ja.... ¡Me parto!
jajajajajajajaja
que bueno, por favor... no sé porqué te da vergüenza, la anécdota es como para publicarse jajaja
jajajajaja yo habría ido a esconderme y cortarme el labio.
(Estoy usando mis servicios mínimos blogueriles)
Lo mío no fue dentro del coche. Verás: suponte tú una montaña alta, lejana, otoño, todo lleno de hojas. Una manta dentro del coche, llamada "la manta polvera". Un vistazo al horizonte. Ni una casa, ni un animal, ni una persona. Manta al suelo, ropa al suelo, cuerpos al suelo. Y de pronto, en lo mejorcito, oigo ¡RIABOOOOO! El pastor, bastón en alto parando a las ovejas, supongo que para que no nos pasaran por encima. El resto, te lo imaginas: buenas tardes, pues mire... aquí...
Te ha contestado mi otra personalidad. Ya soy yo de nuevo.
jajaja... qué tiempos aquellos los de la mercrominaaaaaa!!!
pues yo tengo varias pilladas... pero la de la guardia civil fue la mejor!! al lado de un puerto de mar, se pensaban que éramos contrabandistas!!!! ya les valeeeeeeeeeeeeeeeeeee
jajajajajajaja¡¡¡¡vaya doss!!!!
Yo, en un acto reflejo de defensa, me hubiera mirado los dedos... ;)
hahaha realmente espectacular.. tus hermanas debieron pasar de un susto (que te hubieras hecho daño) a otro (que ni menciono :))
besos,
Jajajaja Tendrías que haberles dicho con tu dignidad bien alta... "Cada una cura con lo que puede!!" y haber seguido tu camino al baño jajajajajajaj Me parto...
Muy bueno, Marcelilla, jejeje.
:)
Y me has dejado pensando... creo que nunca me han pillado, ¿sabes?
:O
maravillosa historia!! jajjaaaaaa, yo la verdad estoy decidiéndome por cual escoger... tengo tantas que he decidido abrir una etiqueta en mi blog de "faraleces" jajjaaaaaaaa
Muy buena la aclaración del labio de la boca que hay mucha mal pensada por ahí jaja...
;)
Caracas 1983. Exterior noche. El "Cerillu", así la llamaban mis amistades, porque era menudina y llevaba el pelo tan corto que su cabeza se asemejaba a la de un fósforo, me enseñaba la ciudad. Aparcamos a la orilla de una gran plaza solitaria. Mi anfitriona dio rienda a su pasión hasta que vimos asomar a la ventanilla a un soldado, rifle en ristre, que nos hizo bajar la ventanilla para "comentarnos" que le parecía que nos estábamos besando. Lo negamos. Se me había metido "algo" en un ojo y mi amiga estaba intentando ayudarme. Si no llega a ser porque el soldadito era un poquitín gay, hubiéramos dado con nuestros huesos en un calabozo. En aquellos momentos, la homosexualidad no estaba bien vista en Venezuela.
Publicar un comentario