OAXACA 26-9-07
Casi había que fijarse para verte. Te sentabas, encogida, en un recoveco de la entrada de la iglesia. No mirabas para nadie, sólo para la colección de bolsas que te rodeaban.
Te hice fotos sin que me vieras, pero me dio la impresión de estar robándote algo y me agaché enfrente de ti.
Levantaste la cabeza, unos ojos de mucha edad me miraron y una hermosa boca me sonrió. Te pedí permiso para hacerte una foto, me pediste dinero y te lo di, era una transacción económica justa.
Hice dos fotos, no hablaste, te di las gracias y te acaricié la cara plagada de arrugas y experiencia. Me agarraste la mano, tan suavemente que creí estar viendo a todas las abuelas del mundo.
Te dije que eras bella, me sonreiste y me diste un precioso beso en la mano.
Tuve que irme, porque tu belleza estaba llenando mis ojos de lágrimas.
Algo hubo, abuela, en un segundo, que nos unió sin palabras. Algo muy grande me enseñaste con tu mirada, tu sonrisa y tu beso.
Creo que este día conocí la verdadera belleza.
