La B (de bollu) word
Llovía, el frío era intenso a aquella temprana hora de la mañana invernal. La luz del amanecer a duras penas se hacía presente, colándose entre nieblas y chubascos intermitentes.
Llegué a la parada del autobús con mucha antelación, como siempre que duermo poco y me asalta la impresión de que no oiré el despertador. Ya era el segundo día consecutivo que aquella maldita serie de televisión me abducía hasta altas horas de la madrugada.
Las ojeras y los bostezos llenaban mi vacía vida… hasta que la vi. Era muy joven, seguramente una universitaria madrugadora y responsable como no lo había sido yo nunca. Alta, morena, elegante en sus maneras informales de vestir, fresca, vital, infantil en su mirada y adulta en su sonrisa.
Me miró, sé que me miró. Pero no sé si me vio, porque la ropa me mantenía embutida en una especie de tambor de detergente de los años ochenta. De repente, me di cuenta de que, efectivamente, me había visto y creí ver una sonrisa pícara en su cara de ángel. Me coloqué a su lado en la cola que esperaba el transporte público, subí justo detrás de ella al autobús, me senté a su lado mientras le dedicaba una sonrisa bobalicona y torpe.
Y encaramos la autopista. A mitad del recorrido, su mano rozó la mía; tan grande fue la sorpresa y la excitación que creí morir al dejar de respirar durante tanto tiempo; me temblaban las piernas mientras me arriesgaba a continuar el contacto de su mano en la mía.
El resto del pasaje seguía con su mediocre vida de madrugadoras impenitentes mientras en mi alma entraban mariposas coloridas, flores olorosas, pájaritos cantores y demás parafernalia de la novela pastoril a la que siempre fui afecta.
Mi amada se removió, apartó su mano tímidamente, me miró asustada…en ese momento, toda la serie vista en la noche se me vino encima y la vi sonreirme y le tomé la cabeza con mis manos y le planté un morreo de los que hacen historia, regodeándome en las caricias paralelas de mis manos sobre su pecho, recorriendo con mi lengua los lugares más recónditos de su caliente boca.
Me separé, segura de nuestra mutua excitación. Y me llevé la hostia más grande que haya llevado en toda mi vida.
Ay, Marcela, deja de ver L word y vuelve a la realidad, mujer, que ni eres Shane, ni esto es L.A., ni todas están deseando besarse contigo. Ay, qué despertar tan doloroso, ay qué pena de sueño perdido.
Y aquí sigo, trabajando, seria, descreída, rencorosa, desanimada, hundida y, sobre todo, con un dolor y un escozor de cara que me recuerda quién soy y dónde estoy.
Llegué a la parada del autobús con mucha antelación, como siempre que duermo poco y me asalta la impresión de que no oiré el despertador. Ya era el segundo día consecutivo que aquella maldita serie de televisión me abducía hasta altas horas de la madrugada.
Las ojeras y los bostezos llenaban mi vacía vida… hasta que la vi. Era muy joven, seguramente una universitaria madrugadora y responsable como no lo había sido yo nunca. Alta, morena, elegante en sus maneras informales de vestir, fresca, vital, infantil en su mirada y adulta en su sonrisa.
Me miró, sé que me miró. Pero no sé si me vio, porque la ropa me mantenía embutida en una especie de tambor de detergente de los años ochenta. De repente, me di cuenta de que, efectivamente, me había visto y creí ver una sonrisa pícara en su cara de ángel. Me coloqué a su lado en la cola que esperaba el transporte público, subí justo detrás de ella al autobús, me senté a su lado mientras le dedicaba una sonrisa bobalicona y torpe.
Y encaramos la autopista. A mitad del recorrido, su mano rozó la mía; tan grande fue la sorpresa y la excitación que creí morir al dejar de respirar durante tanto tiempo; me temblaban las piernas mientras me arriesgaba a continuar el contacto de su mano en la mía.
El resto del pasaje seguía con su mediocre vida de madrugadoras impenitentes mientras en mi alma entraban mariposas coloridas, flores olorosas, pájaritos cantores y demás parafernalia de la novela pastoril a la que siempre fui afecta.
Mi amada se removió, apartó su mano tímidamente, me miró asustada…en ese momento, toda la serie vista en la noche se me vino encima y la vi sonreirme y le tomé la cabeza con mis manos y le planté un morreo de los que hacen historia, regodeándome en las caricias paralelas de mis manos sobre su pecho, recorriendo con mi lengua los lugares más recónditos de su caliente boca.
Me separé, segura de nuestra mutua excitación. Y me llevé la hostia más grande que haya llevado en toda mi vida.
Ay, Marcela, deja de ver L word y vuelve a la realidad, mujer, que ni eres Shane, ni esto es L.A., ni todas están deseando besarse contigo. Ay, qué despertar tan doloroso, ay qué pena de sueño perdido.
Y aquí sigo, trabajando, seria, descreída, rencorosa, desanimada, hundida y, sobre todo, con un dolor y un escozor de cara que me recuerda quién soy y dónde estoy.
14 comentarios:
¿Un sueño?
¿una realidad?
¿una bonita noche?
Detrás de cada fracaso, aunque soñado, se cierra un camino. No dudes de que también se abren nuevas sendas y se continúa andando.
Seria y divertida.
saludos!
jajajajajajajajajaja, no puedo parar de reírme, ¡no puedo! Es que me parto con el "efecto L", o el "efecto B", que tanto me da que me da lo mismo. Ye total, el relato, TOTAL. Y el detalle de la hostia, un puntazo-puntazo. Bueno todo, todo.
Sigo riéndome, no te digo más.
jajajaajajajajajaj
pero hasta el susodicho "morreo" te lo has pasado bien, no???? jajajaja.... Marcelilla, que tu también tienes el alma de romántica madrugadora impenitente, no lo niegues!!!
este furor "L" corre como la pólvora, jejeje
Qué ganas tenemos Amapola y yo de ver ya el segundo capítulo de la quinta temporada!!!
Besos salinos (sin hostia)
Txantxangorri, qué razón tienes en que en cada fracaso se abre una vía nueva. Todo en la vida nos enseña algo y de muchas cosas tenemos la oportunidad de reirnos un poco.
Marmarita, cómo me alegra haberte hecho reír, y a ti también Morgana, que parece que te estoy oyendo, ajajjaaaa. La verdad es que me he reído escribiendo un montón.
Lena, es cierto que soy romántica, soy del tipo de romántica cerebral, porque el cerebro casi nunca consigo quitarlo de nada, incluidas las relaciones. Pero la universitaria del relato tenía muy buena pinta, ajjajaaaa.
jajaja, impresionante! No es que me esté partiendo de risa, literalmente, es que me tienes de rodillas haciéndote la ola.
Genial!!
¿Es un sueño?
Sí, claro, creo que sí...
Me parece un post perfecto... todo menos el bofetón... qué pena que tengan que pasar estas cosas en los sueños ¿no?...
... bueno, si no ocurrieran supongo que no pararíamos de soñar.
Un besito (en la mejilla ardiente).
Marcelaaaaaaa te está afectando demasiado ver esa serie XD!!!!
Creo que la dulce viajera alta, morena, elegante, infantil y FRESCA como una lechuga te ocasionó una especie de "fundido en negro" en tu alma de pastora y bucólica.
Me duelen tus ayes y que ese globo explotase antes de tiempo y encima con secuelas en tu rostro. Pero a pesar de los pesares a ver quien te quita a ti "lo bailao" porque UN BESAZO a una morenaza como esa ¡no tiene precio!
Animooooooooooo wapa y recuerda que del amor nunca conoces el paradero y quien sabe si te sonreirá embutid@ en otro tambor de detergente de los años 80!!!
;)
Jajajaa, es que marcela, os aviso, se está convirtiendo una Quijote de L word, jajajaaaa; quizá haya algún episodio más de The B word.
La universitaria responsable y madrugadora, posiblemente, algo bizqueaba y por esa razón pensaste que alguna mirada amorosa te lanzaba. De todo lo ocurrido fe doy, porque cada mañana en el mismo autobús voy.
Un diez por este post! Qué sinceridad tan maravillosa he encontrado aquí, me encanta!!!
Tampoco todos los bollos son recien horneados en L.A.
Saludos.
Siempre anónima, encima me dices que ni me miró, ahora sí que me duele la bofetada, ajjajaaaa.
Minúscula, me alegra mucho que te haya gustado el post, gracias.
Luna, tienes razón, pero chica qué glamour tienen.
Ay si la vida fuera como las películas...
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