martes, marzo 14

NO NACÍ EN LESBOS
Ya me pasó a los quince años, fue un día de lluvia y viento, uno de esos días en que todo el mundo tiene cara de pocos amigos. Yo ya llevaba un par de horas en aquella habitación de hospital intentando hace caso a las historias de mi abuela, era la cuarta vez en tres meses que la pobre mujer tenía que ingresar por sus problemas de estómago. Sucedió en medio de uno de los miles de bostezos que yo ya llevaba; apareció de repente con un termómetro en una mano y una bandejita en la otra. Me pareció maravillosa, se me cortó el bostezo y la respiración, Dios mío, qué visión tan espectacular; qué aparición milagrosa; qué...que me sorprendí a mí misma con la boca abierta como un pez y me puse colorada hasta el nacimiento de las orejas. La seguí con la mirada, la hubiera seguido con todo mi cuerpo pero no estaría bien visto. Se movía con seguridad, sabía de sobra lo que tenía que hacer en cada momento, terminó en un minuto y yo empecé a sentirme desolada porque sabía que se iría de la habitación en un santiamén. Antes de abrir la puerta para irse, me miró y sonrió; casi me caigo de espaldas, el corazón empezó a latirme como si se fuera a salir de paseo, las piernas me temblaron y el estómago empezó a picarme. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué mi cuerpo había reaccionado de aquella manera? No lo sé, pero me quedé a acompañar a mi abuela toda la noche esperando que aquella deidad volviera a aparecer. No sucedió, el turno había cambiado y en su lugar vino un anodino y malencarado enfermero al que odié desde el primer momento.
Recuerdo que comenté con una amiga mía muy sabidilla lo que me había ocurrido; también me acuerdo de aquellas palabras que me soltó con la boca muy abierta:
- Ah, hija, qué asco, eres lesbiana, tortillera, bollera...
Inmediatamente se dio media vuelta y hasta hoy no he vuelto a hablar con ella. Me dejó anonadada, no tenía ni idea que podía ser tantas cosas sólo porque me hubiera trastocado aquella estupenda mujer. Busqué “lesbiana” por el diccionario y leí “ lesbio; natural de Lesbos, perteneciente a esta isla”, no seguí leyendo porque claramente yo no era lesbiana, yo había nacido en León.
Me olvidé de aquel suceso y en muchos años no volví a sentir aquel terremoto en mi cuerpo. No puedo negar, de todas formas, que de vez en cuando me sorprendía mirando fijamente para alguna mujer especialmente llamativa. Una vez, me pasé toda una tarde en un banco frente al cruce en el que se encontraba una guardia municipal dirigiendo el maremagnum de tráfico. Empecé a pensar que a mí lo que realmente me exaltaban eran los uniformes, pero comprendí que no era así al observar a la bedela del instituto y su enorme perímetro; ella también llevaba uniforme y no me inspiraba nada más que miedo.
Me concentré en los estudios y sólo al terminar la carrera recordé los efectos de la enfermera sobre mí; esta vez no fue alguien con uniforme, sino una chica de mi edad que me asaltó en plena calle y con un desparpajo y humor envidiable me soltó a bocajarro que yo le gustaba. No supe qué decir y sólo se me ocurrió invitarla a tomar un café. Ella no bebía café, pero en su casa, me dijo, tenía unos helados riquísimos. La acompañé y nunca me arrepentí de comer aquellos helados. Aquello sí que era comer, aquello sí que era recorrer a alguien y descubrir nuevas sensaciones, aquello sí que era el no va más.
Pasé dos meses inolvidables, dedicada en cuerpo y alma a una sola actividad: hacer el amor con aquella mujer. Me gustaba todo de ella, su pelo, su cara, sus ojos risueños, su mueca irónica, sus grandes pechos, sus piernas esbeltas, su entrepierna cálida, vamos que me gustaba todo.
Y pasaron los años, y pasaron los amores, y pasaron las mujeres, y pasó la juventud. Y ahora, a punto de entrar en los cuarenta, me acuerdo de aquella enfermera y aún se me altera el pulso; sé que ando buscándola en cada mujer que conozco, algo me dice que acabaré encontrándola de nuevo y podré devolverle la avalancha de sensaciones que ella me regaló.
Mientras tanto, ya no tengo que ir al diccionario; soy lesbiana aunque haya nacido en León y disfruto de ello todo lo que puedo; eso sí, de vez en cuando me permito el lujo de mandar a mi amante que se vista de enfermera mientras yo me hago la enferma.

5 comentarios:

yo, la peor de todas dijo...

me encantado marcela

Mármara dijo...

¡Pues anda que a mí!

Anónimo dijo...

cierto, precioso

Marcela dijo...

Glub, muchas gracias, me alegra mucho que os haya gustado; estoy revisando relatos que tengo de hace un tiempo y que creo que irán saliendo poco a poco a tomar el aire de nuevo. Gracias por vuestros ánimos. Besos a todas, sobre todo y lo comprenderéis, a "mi hermana", jajajjaa.

Anónimo dijo...

También a mí me ha encantado, así que a ver si te animas a seguir colgando tus relatos, será un placer leerlos.
Un besín,
ovi