Llega septiembre y con él, mi nueva etapa profesional. No iré este curso al insti (bueno, iré de visita), me he empeñado en intentar mi sueño de sobrevivir con las charlas y cursos que doy para la formación del profesorado y afines.
Es cierto que no me asusta el 1 de septiembre, que tendré más tiempo para mí y para mis cosas, pero también es verdad que ya han empezado los emails, las reuniones y la planificación de un curso que me atrae y me da miedo a partes iguales (no, eso es mentira, me da poco miedo y me atrae mucho, qué caray).
Ahora ya tengo que encontrar la tecla de ON para mis neuronas, que se han pasado todo el veranito en OFF, descansando, encantadas de la vida tranquila, el sueño y la diversión con mi gente.
Y miro mis apuntes de junio, aquellos que escribí cuando tenía todas mis facultades a tope y no entiendo casi nada ¿educación? ¿nuevas tecnologías? ¿competencias? ¿coeducación? Ayyyy, que tendré que empezar por volver a aprender todo para poder trabajar. Y recibo algún email que me pregunta si el título de la ponencia que les di en mayo sigue vigente para las Jornadas y yo pienso ¿Título de ponencia? ¿cuál? Y, claro, decido cambiarlo porque no me acuerdo del que di.
Y empiezan las reuniones con gente que no ha tenido casi vacaciones y que sabe de lo que habla y yo asiento (y tomo asiento, de paso) y anoto todo, porque sé que en un momento de lucidez volverán a mí (como las golondrinas) todas las ideas que algún día tuve.
Vamos, Marcelilla, ponte las pilas, maja, que vas a cámara lenta y este mundo va muy rápido. En fin, que tengo que ponerme a currar y me da una perezaaaaaaa.
