Hace tiempo ya que me apetecía escribir sobre las grandes pilladas que hemos sufrido cuando estábamos en plena onda expansiva de nuestro amor hacia otra. Se me ocurrió por un comentario de Candela (que ahora está de reposo blogueril) en el que ella escribía sobre un pastor y sus ovejas; os he de confesar que yo visualicé inmediatamente un coche en medio de un sembrado, dos mujeres dentro, jadeos y suspiros, sudores varios y un pastor muy arrugado con sus ovejas asomado a la ventanilla del copiloto. Pues bien, paso a contaros una de mis mayores pilladas (ha habido alguna más, es cierto):
Ya en un post anterior mío conté mi primera vez, pues fue en la primera vez, vamos que me llevé todo los sustos a la vez, los agradables y los desagradables, qué precoz. Si os acordáis de mi primera vez, tendréis en la cabeza que era en un apartamento minúsculo. Bueno, pues en aquellos 30 metros de apartamento, recibí la visita de dos de mis hermanas; así que nos juntamos mi pionera, mi dos hermanas y yo, amontonadas como pudimos. Como había, ciertamente, poca intimidad, mi pionera y yo nos lo montábamos donde podíamos y como podíamos, o sea, a o toda prisa en plan aquí te pillo aquí te remato.
Pues bien, mi pionera tenía una herida en el labio (de la boca, y no me preguntéis por qué tenía esa herida) y se fue a curar a la cocina, yo dije bien en alto para que lo oyeran mi hermanas: "Espera, maja, que te ayudo yo a curarte" y entré dispuesta a "ayudar".
Cuando salí de la cocina, noté que mis hermanas me miraban raro, con cara de susto más bien y una de ellas alargando su dedo, cual ET, me preguntó "¿Qué tienes en la boca?". Corrí despavorida al baño a mirarme y...todos los labios embadurnados de mercrominaaaaaaaaaaa, rojos cual Carmen de Mairena, que me llegaba hasta las narices.
Fui digna, me lavé, aparecí por el salón, me senté a ver la tele y nunca hablé de ello, ni con mi pionera, ni con mis hermanas.
Todavía me pongo colorada.