Me resulta realmente difícil elegir entre todas las veces que he hecho el ridículo más espantoso. Y es que soy especialista en que me ocurran cosas vergonzantes, sobre todo si estoy sola, sin mi gente, que es cuando peor se pasa. De todas formas, elijo dos, no puedo poner solo una:
1- Creo que ya conté en alguna ocasión en este blog lo que me pasó en una charla que daba sobre animación a la lectura y en la que, por tres veces, en vez de "pobreza léxica" insistí en decir "pobreza lésbica". Casi me da algo cuando me di cuenta, tras las risas del auditorio y la cara completamente colorada de una de las asitentes.
2- Cuando era joven (ayyy, cuántos años hace), en Oviedo, tuve que esperar unas horas para ir a mi clase de inglés (para lo que me sirvieron). Bien, pues un día tenía mucho hambre y entré en una de las cafeterías más pijas de la ciudad. Sólo había hombres encorbatados y mujeres impecables, todo el mundo muy fino. Las mesas eran de esas altas que no tienen sillas, sino taburetes altos (los odio, dada mi estatura). Bien, tuve que dar un salto para encaramarme a aquel artefacto y al saltar y sentarme, me di en el medio de la rodilla con un hierro de la mesa, justo en ese sitio donde ves las estrellas y todo el firmamento a la vez. Al darme el golpe, sin querer, grité "coñooooo" y se me empezaron a caer las lágrimas de dolor, ante la mirada reprobatoria de la concurrencia. Me di masajes rapidísimos en la rodilla para quitar aquel dolor que era como un cuchillo y cuando conseguí calmarme, llamé al camarero. Él, estático tras la barra, me dijo que no se servía en las mesas, que lo cogiera en la barra. me bajé, dolorida, de aquel pedestal de mierda y fui a la barra. Pedí café y pincho de bonito con tomate. El camarero me dijo que cogiera el pincho de una fuente en la que había una montaña de ellos. Casi no llegaba, así que en puntillas y con la rodilla jodida, cogí el de arriba, con tan mala suerte que empujé dos más que fueron directamente hacia dentro de la barra, más exactamente a la pila de fregar que estaba llena de agua sucia. Sonaron dos terribles "plof" y me encontré la cara enfadada del camarero. Ni corta ni perezosa (más bien, corta y perezosa de toda la vida), me di media vuelta y me piré corriendo de la cafetería, ni pagué, ni consumí. Sólo se me ocurrió cagarme en todo y salir corriendo, medio cojeando. Creo que todavía me pongo mala de pensarlo.